
[La música es un lenguaje universal, un esperanto real].
Desde que Lord Monboddo en 1773, todo y ser considerado un personaje "diferente" para su época, publicara por primera vez – en inglés – “El origen y progreso del hombre y el lenguaje”, el tema y la pasión por saber como, evolutivamente, el lenguaje ha ido surgiendo, dejó establecida para siempre su impronta. A él debemos, por tanto, y hasta donde yo sé, el origen de este tema y es justo reconocérselo. Con la publicación de “El origen de las especies” de Darwin en 1859 el tema resurgió con fuerza. Con tanta fuerza que, en 1886, parece ser que la Sociedad Lingüística de Paris prohibió hablar y escribir sobre esto por la incapacidad que tenía la comunidad científica de llegar a un acuerdo y la polémica inagotable que generaba. Por fin, y casi un siglo después de este bloqueo, de nuevo en los últimos años del siglo XX y los que llevamos del XXI, el tema está de nuevo sobre la mesa y en las mentes de muchos especialistas que lo están estudiando y que intentan comprenderlo y dar algunas respuestas.
Recientemente ha caído en mis manos un libro titulado como este artículo y escrito por la periodista francesa Cecile Lestienne, dónde entrevista al paleoantropólogo Pascal Picq, al lingüista Laurent Sagart, y a la neuropediatra Ghislaine Dehaene, que intentan responder a tres de los aspectos clave en la adquisición del lenguaje:
- ¿Cómo ha aparecido evolutivamente hablando el lenguaje? ¿En base a qué esa serie determinada de manchas de tinta adquiere un significado concreto? ¿Cómo se han desarrollado esas áreas específicas del cerebro y cómo ha evolucionado el aparato fonador para que podamos llegar a hablar?
- ¿Cómo han aparecido las diferentes lenguas que existen en nuestro planeta, evolutivamente hablando?
- ¿Cómo aprenden los bebés humanos a hablar antes incluso de aprender a leer y a conjugar? ¿Cómo se entrenan para dominar los numerosos músculos necesarios para poder hablar? ¿Cómo aprenden la sintaxis de su lengua sin que nadie se la enseñe en apenas 3 años?
Estoy que no quepo – si la llevara – dentro de mi camisa :-) Encontrar este librito en la librería del Museo de la Ciencia de Barcelona (me la traería casi toda a casa esa librería, dicho sea) me ha proporcionado uno de los mejores momentos de ese gozo intelectual que decía Wagensberg de las últimas semanas. No es un tema nuevo para mí – de hecho he leído con admiración al gran divulgador Steven Pinker y al no menos enorme neurólogo Oliver Sacks – pero sí es un tema que me apasiona tanto como para querer empezar mis estudios de Antropología por la asignatura de Antropología lingüística y cognitiva el próximo curso escolar. Es un riesgo, porque puede que me quede perennemente estudiando esa asignatura, profundizando y profundizando sobre el tema…lo que sí está claro es que volveré loco a mi tutor con preguntas y polémicas :-)
Los animales humanos somos únicos creyéndonos únicos, cuando, en verdad y humildemente, no somos más únicos que cualquier otro ser vivo sobre la faz de la Tierra…e incluso no somos más únicos que cualquier otro conjunto de átomos que pueden formar las piedras o las gotas de agua (¡que no hay dos iguales tampoco!). Además, los bebés humanos somos los más inmaduros y los más desesperadamente incompetentes al nacer de la escala evolutiva (en este curioso aspecto la evolución va para atrás, según se mire. Luego hablo un poco de este tema), sin embargo, es verdad que no hay otra especie animal conocida – o al menos que sepamos interpretar – que hable como nosotr@s. El resto de animales piensa y se comunica por signos, gestos, posiciones, olores y sonidos, pero lo hacen sobre todo, y maravillosamente – hasta donde nosotr@s somos capaces de entender, claro – para avisarse de peligros, indicar dónde está la comida, consolar a otro miembro de su especie, saludar o cortejar a la pareja. Ningún animal, que sepamos, y como dice Pascal Picq, fuera de comunicar “este es mi territorio” o “me voy a dormir”, nos lo imaginamos diciendo, en su forma de comunicarse, cosas del estilo de “sabes, ayer vino un leopardo e hizo un calor de mil demonios”…esa es la diferencia entre su lenguaje y el nuestro. Sí que hay algunas familias de pájaros que varían los cantos para decir lo mismo según en qué sitio hayan nacido. Y hay una especie de simios llamados simios vervets (verdes) que parece que tienen como un principio de semántica. [A finales de los años 70 un grupo de investigador@s – Robert Seyfarth y Dorothy Cheyney principalmente – demostraron que estos simios tenían tres sonidos diferentes según cual fuera el peligro. Tenían uno para avisar de leopardos – que hacía que todos los simios se subieran lo más alto posible de los árboles – otro para avisar de la presencia de águilas – que hacía que todos se pusieran a cubierto con algo sobre sus cabezas – y tenían el de alerta para pitones – que hacía que miraran a su alrededor y acabaran subiéndose también a los árboles…e incluso las madres riñen a las crías cuando se equivocaban de sonido en su época de aprendizaje :-)].
Se diría, pues, que por fin el lenguaje es lo único que realmente nos hace diferentes al resto de animales, lo que nos libera de nuestra condición animal (¿?), y el hombre (y la mujer), en su arrogancia humana, se aferra denodadamente a ello. De hecho, como bien sigue señalando Picq, ya Diderot en su libro “El sueño de D’Alembert” hace decir al cardenal de Polignac, cuando habla con el orangután: “Habla y te bautizaré”.
¿Hace falta caminar de pie y tener colmillos pequeños para poder hablar?¿Se puede extrapolar la capacidad del lenguaje por encontrar restos de nuestr@s antepasad@s que caminaban de pie y tenían los colmillos pequeños?
Sigo leyendo asombrada que el americano Derek Bickerton ha estudiado los pidgins. Los pidgins no son lenguajes verdaderos, sino códigos de comunicación y onomatopeyas sin sintaxis que los adultos de diferentes comunidades establecen espontáneamente entre sí para poder hablar. Son cosas del tipo “¿Tú, hambre?” o del famoso “Yo Tarzán, tu Jane”. Es como los bebés cuando empiezan a hablar que dicen “mamá, agua”. Es un vestigio de nuestro protolenguaje ancestral. [*Curiosamente el corrector espontáneo del Office para castellano no me ha reconocido como errónea esta palabra “pidgins”…¡¡cosa que me ha asombrado!!]
El lenguaje es un instinto genéticamente programado y la suma de la acción de muchos de estos genes es lo que hace que podamos hablar. Es lo que durante tantas y tantas páginas defiende Steven Pinker. Tod@s al nacer hemos de aprender a vivir: a caminar, a comer, a hablar, a escribir...pero, así como tod@s caminamos más o menos de la misma manera, en la superficie del planeta se hablan miles de lenguas diferentes, sin contar todas las que han desaparecido, y, casualmente, según donde y cuando hayamos nacido, aprenderemos una lengua u otra, estando tod@s genéticamente programad@s como lo estamos para aprender a hablar. Es un buen ejemplo de aquello que decía Ortega y Gasset de que “yo soy yo y mis circunstancias”.
El principal e inicial problema antropológico con el que se encuentran l@s estudios@s del tema es que, si bien hablamos desde hace millones de años, escribimos sólo desde hace unos 8000 o 10.000 años, y la escritura es la única prueba absoluta de que nuestr@s antepasad@s hablaban. Eso hace que perdamos información de cómo hemos ido evolucionando en este aspecto concreto. Se pueden estudiar determinados fósiles a nivel anatómico para intentar saber, pero sin escritura que nos lo vaya contando (y que seamos capaces de entender), la tarea se hace mucho más ardua (y, seguro, mucho más estimulante e interesante, desde mi punto de vista). Picq cree que la domesticación del fuego fue clave. El controlar el fuego destapó, entre otras cosas, una especie de caja de Pandora de relatos imaginarios, encantamientos, miedos…y el lenguaje tuvo que desarrollarse para poder narrar todo esto. Dice Bernard Victorri que l@s que hablaban mejor, seguramente, tuvieron mejor estatus (por tener más capacidad para resolver conflictos…) y por tanto más descendencia…y, de ahí a nuestros días, fueron reproduciéndose, poco a poco, l@s antepasad@s que mejor hablaban. Pero es que, además, el fuego también hizo que se pudieran cocinar los alimentos y que, por tanto, el almidón de los vegetales fuera mejor digerido, y se pudiera obtener más energía con la misma comida. El cerebro representa el 2% de nuestra masa corporal pero consume el 20-25% del total de energía que ingresa en nuestro cuerpo. La adquisición del fuego hizo que se superara ese obstáculo metabólico y que nuestr@s antepasad@s tuvieran una cabeza más grande poco a poco. El crecimiento del cráneo y, por tanto, de su contenido (el cerebro) permitió desarrollar nuevas habilidades y potenciales, entre ellos el lenguaje. Pero es que, también, el hecho de que nuestro cerebro fuera haciéndose más grande por la mejor calidad energética de los alimentos, hizo que, para que pudieran nacer l@s bebés, poco a poco nacieran más prematur@s respecto a otras especies. Me explico: el bebé mono nace con un cerebro que ya representa un 40% del tamaño que tendrá cuando sea adult@ y casi no crece pasados los 2 años de su vida; el cerebro de un/a bebé human@ es sólo un 25% del tamaño que tendrá cuando sea adult@ y su crecimiento sigue por lo menos durante unos diez años, en el llamado “útero cultural” – término, para referirse al aprendizaje de los primeros años, que me encanta, no lo puedo evitar. Mmmm….¿por eso somos tan frágiles? ¿Para poder aprender a hablar?
Hoy hay aproximadamente unas 6000 lenguas habladas en todo el planeta – 800 de las cuales sólo en la Isla de Nueva Guinea, por cierto – pero casi tod@s tienen claro que de aquí a finales del siglo XXI habrán desaparecido aproximadamente la mitad.
Voy a parar que me emociono….desarrollaré mucho más este tema en siguientes artículos (la que os espera con esto de empezar la asignatura en octubre jeje), de hecho, casi sólo me he centrado en el nivel antropológico del asunto, y casi no he desarrollado el lingüístico o neuropediátrico. La diversidad lingüística, el relativismo lingüístico, la unidad psíquica de la humanidad, los 70 músculos que necesitamos para hablar, el cerebro de los bilingües, la Ley de Zipf…todo llegará :-)
Desde que Lord Monboddo en 1773, todo y ser considerado un personaje "diferente" para su época, publicara por primera vez – en inglés – “El origen y progreso del hombre y el lenguaje”, el tema y la pasión por saber como, evolutivamente, el lenguaje ha ido surgiendo, dejó establecida para siempre su impronta. A él debemos, por tanto, y hasta donde yo sé, el origen de este tema y es justo reconocérselo. Con la publicación de “El origen de las especies” de Darwin en 1859 el tema resurgió con fuerza. Con tanta fuerza que, en 1886, parece ser que la Sociedad Lingüística de Paris prohibió hablar y escribir sobre esto por la incapacidad que tenía la comunidad científica de llegar a un acuerdo y la polémica inagotable que generaba. Por fin, y casi un siglo después de este bloqueo, de nuevo en los últimos años del siglo XX y los que llevamos del XXI, el tema está de nuevo sobre la mesa y en las mentes de muchos especialistas que lo están estudiando y que intentan comprenderlo y dar algunas respuestas.
Recientemente ha caído en mis manos un libro titulado como este artículo y escrito por la periodista francesa Cecile Lestienne, dónde entrevista al paleoantropólogo Pascal Picq, al lingüista Laurent Sagart, y a la neuropediatra Ghislaine Dehaene, que intentan responder a tres de los aspectos clave en la adquisición del lenguaje:
- ¿Cómo ha aparecido evolutivamente hablando el lenguaje? ¿En base a qué esa serie determinada de manchas de tinta adquiere un significado concreto? ¿Cómo se han desarrollado esas áreas específicas del cerebro y cómo ha evolucionado el aparato fonador para que podamos llegar a hablar?
- ¿Cómo han aparecido las diferentes lenguas que existen en nuestro planeta, evolutivamente hablando?
- ¿Cómo aprenden los bebés humanos a hablar antes incluso de aprender a leer y a conjugar? ¿Cómo se entrenan para dominar los numerosos músculos necesarios para poder hablar? ¿Cómo aprenden la sintaxis de su lengua sin que nadie se la enseñe en apenas 3 años?
Estoy que no quepo – si la llevara – dentro de mi camisa :-) Encontrar este librito en la librería del Museo de la Ciencia de Barcelona (me la traería casi toda a casa esa librería, dicho sea) me ha proporcionado uno de los mejores momentos de ese gozo intelectual que decía Wagensberg de las últimas semanas. No es un tema nuevo para mí – de hecho he leído con admiración al gran divulgador Steven Pinker y al no menos enorme neurólogo Oliver Sacks – pero sí es un tema que me apasiona tanto como para querer empezar mis estudios de Antropología por la asignatura de Antropología lingüística y cognitiva el próximo curso escolar. Es un riesgo, porque puede que me quede perennemente estudiando esa asignatura, profundizando y profundizando sobre el tema…lo que sí está claro es que volveré loco a mi tutor con preguntas y polémicas :-)
Los animales humanos somos únicos creyéndonos únicos, cuando, en verdad y humildemente, no somos más únicos que cualquier otro ser vivo sobre la faz de la Tierra…e incluso no somos más únicos que cualquier otro conjunto de átomos que pueden formar las piedras o las gotas de agua (¡que no hay dos iguales tampoco!). Además, los bebés humanos somos los más inmaduros y los más desesperadamente incompetentes al nacer de la escala evolutiva (en este curioso aspecto la evolución va para atrás, según se mire. Luego hablo un poco de este tema), sin embargo, es verdad que no hay otra especie animal conocida – o al menos que sepamos interpretar – que hable como nosotr@s. El resto de animales piensa y se comunica por signos, gestos, posiciones, olores y sonidos, pero lo hacen sobre todo, y maravillosamente – hasta donde nosotr@s somos capaces de entender, claro – para avisarse de peligros, indicar dónde está la comida, consolar a otro miembro de su especie, saludar o cortejar a la pareja. Ningún animal, que sepamos, y como dice Pascal Picq, fuera de comunicar “este es mi territorio” o “me voy a dormir”, nos lo imaginamos diciendo, en su forma de comunicarse, cosas del estilo de “sabes, ayer vino un leopardo e hizo un calor de mil demonios”…esa es la diferencia entre su lenguaje y el nuestro. Sí que hay algunas familias de pájaros que varían los cantos para decir lo mismo según en qué sitio hayan nacido. Y hay una especie de simios llamados simios vervets (verdes) que parece que tienen como un principio de semántica. [A finales de los años 70 un grupo de investigador@s – Robert Seyfarth y Dorothy Cheyney principalmente – demostraron que estos simios tenían tres sonidos diferentes según cual fuera el peligro. Tenían uno para avisar de leopardos – que hacía que todos los simios se subieran lo más alto posible de los árboles – otro para avisar de la presencia de águilas – que hacía que todos se pusieran a cubierto con algo sobre sus cabezas – y tenían el de alerta para pitones – que hacía que miraran a su alrededor y acabaran subiéndose también a los árboles…e incluso las madres riñen a las crías cuando se equivocaban de sonido en su época de aprendizaje :-)].
Se diría, pues, que por fin el lenguaje es lo único que realmente nos hace diferentes al resto de animales, lo que nos libera de nuestra condición animal (¿?), y el hombre (y la mujer), en su arrogancia humana, se aferra denodadamente a ello. De hecho, como bien sigue señalando Picq, ya Diderot en su libro “El sueño de D’Alembert” hace decir al cardenal de Polignac, cuando habla con el orangután: “Habla y te bautizaré”.
¿Hace falta caminar de pie y tener colmillos pequeños para poder hablar?¿Se puede extrapolar la capacidad del lenguaje por encontrar restos de nuestr@s antepasad@s que caminaban de pie y tenían los colmillos pequeños?
Sigo leyendo asombrada que el americano Derek Bickerton ha estudiado los pidgins. Los pidgins no son lenguajes verdaderos, sino códigos de comunicación y onomatopeyas sin sintaxis que los adultos de diferentes comunidades establecen espontáneamente entre sí para poder hablar. Son cosas del tipo “¿Tú, hambre?” o del famoso “Yo Tarzán, tu Jane”. Es como los bebés cuando empiezan a hablar que dicen “mamá, agua”. Es un vestigio de nuestro protolenguaje ancestral. [*Curiosamente el corrector espontáneo del Office para castellano no me ha reconocido como errónea esta palabra “pidgins”…¡¡cosa que me ha asombrado!!]
El lenguaje es un instinto genéticamente programado y la suma de la acción de muchos de estos genes es lo que hace que podamos hablar. Es lo que durante tantas y tantas páginas defiende Steven Pinker. Tod@s al nacer hemos de aprender a vivir: a caminar, a comer, a hablar, a escribir...pero, así como tod@s caminamos más o menos de la misma manera, en la superficie del planeta se hablan miles de lenguas diferentes, sin contar todas las que han desaparecido, y, casualmente, según donde y cuando hayamos nacido, aprenderemos una lengua u otra, estando tod@s genéticamente programad@s como lo estamos para aprender a hablar. Es un buen ejemplo de aquello que decía Ortega y Gasset de que “yo soy yo y mis circunstancias”.
El principal e inicial problema antropológico con el que se encuentran l@s estudios@s del tema es que, si bien hablamos desde hace millones de años, escribimos sólo desde hace unos 8000 o 10.000 años, y la escritura es la única prueba absoluta de que nuestr@s antepasad@s hablaban. Eso hace que perdamos información de cómo hemos ido evolucionando en este aspecto concreto. Se pueden estudiar determinados fósiles a nivel anatómico para intentar saber, pero sin escritura que nos lo vaya contando (y que seamos capaces de entender), la tarea se hace mucho más ardua (y, seguro, mucho más estimulante e interesante, desde mi punto de vista). Picq cree que la domesticación del fuego fue clave. El controlar el fuego destapó, entre otras cosas, una especie de caja de Pandora de relatos imaginarios, encantamientos, miedos…y el lenguaje tuvo que desarrollarse para poder narrar todo esto. Dice Bernard Victorri que l@s que hablaban mejor, seguramente, tuvieron mejor estatus (por tener más capacidad para resolver conflictos…) y por tanto más descendencia…y, de ahí a nuestros días, fueron reproduciéndose, poco a poco, l@s antepasad@s que mejor hablaban. Pero es que, además, el fuego también hizo que se pudieran cocinar los alimentos y que, por tanto, el almidón de los vegetales fuera mejor digerido, y se pudiera obtener más energía con la misma comida. El cerebro representa el 2% de nuestra masa corporal pero consume el 20-25% del total de energía que ingresa en nuestro cuerpo. La adquisición del fuego hizo que se superara ese obstáculo metabólico y que nuestr@s antepasad@s tuvieran una cabeza más grande poco a poco. El crecimiento del cráneo y, por tanto, de su contenido (el cerebro) permitió desarrollar nuevas habilidades y potenciales, entre ellos el lenguaje. Pero es que, también, el hecho de que nuestro cerebro fuera haciéndose más grande por la mejor calidad energética de los alimentos, hizo que, para que pudieran nacer l@s bebés, poco a poco nacieran más prematur@s respecto a otras especies. Me explico: el bebé mono nace con un cerebro que ya representa un 40% del tamaño que tendrá cuando sea adult@ y casi no crece pasados los 2 años de su vida; el cerebro de un/a bebé human@ es sólo un 25% del tamaño que tendrá cuando sea adult@ y su crecimiento sigue por lo menos durante unos diez años, en el llamado “útero cultural” – término, para referirse al aprendizaje de los primeros años, que me encanta, no lo puedo evitar. Mmmm….¿por eso somos tan frágiles? ¿Para poder aprender a hablar?
Hoy hay aproximadamente unas 6000 lenguas habladas en todo el planeta – 800 de las cuales sólo en la Isla de Nueva Guinea, por cierto – pero casi tod@s tienen claro que de aquí a finales del siglo XXI habrán desaparecido aproximadamente la mitad.
Voy a parar que me emociono….desarrollaré mucho más este tema en siguientes artículos (la que os espera con esto de empezar la asignatura en octubre jeje), de hecho, casi sólo me he centrado en el nivel antropológico del asunto, y casi no he desarrollado el lingüístico o neuropediátrico. La diversidad lingüística, el relativismo lingüístico, la unidad psíquica de la humanidad, los 70 músculos que necesitamos para hablar, el cerebro de los bilingües, la Ley de Zipf…todo llegará :-)
Y parafraseando a Wagensberg, me defino, para acabar, como ser vivo por dominio, animal por reino, cordad@ por phylum, mamífer@ por clase, primate por orden, homínid@ por familia, homo por género, sapiens por especie, Wagensberg por, digamos, familia familiar, y Jorge por objeto material irrepetible….y, añado, que además habla :-)
Utilizo el lenguaje, ese potencial maravilloso del que dispongo evolutivamente hablando, para enviaros un saludo a tod@s :-)
PD: Casi todo lo de este post está basado en ese libro del que hablo al principio. Definitivamente os lo recomiendo - así como a Steven Pinker - aunque de momento sólo está en catalán y en francés, eso sí. George Steiner está bien también, pero es más pesimista. Toca otro aspecto más social, pero en su libro “Lenguaje y silencio” trata del tema de la vida del lenguaje como elemento comunicador a través de los tiempos.
PD: L, me hiciste pensar en esto con tu mail de “La llengua diu molt de nosaltres” y con el poema de Martí i Pol de "Nosaltres, ben mirat, no som mes que paraules", así que gracias...y la foto va en tu honor, ya sabes porqué :-)