miércoles, 24 de junio de 2009

9 x 4 = 24. UNA RARA ECUACIÓN MATEMÁTICA PRESENTE EN LA NATURALEZA


[“En la naturaleza, buscar lo diferente es observar ; buscar lo común es comprender. Encontrar detalles diferentes es reunir datos, encontrar esencias comunes es crear conocimiento. Buscar esencias compartidas entre un toro y un ratón (animal, vertebrado, cuadrúpedo, mamífero) es, como mínimo, un ejercicio de comprensión. Buscar diferencias ocultas entre dos dibujos aparentemente idénticos es, como mucho, un ejercicio de observación” – Jorge Wagensberg]

9 meses de gestación – como si de un parto humano se tratara – periodo de floración de 4 días…para apenas 24 horas de eclosión. Mortalidad entre el 80 y el 90%. Tremenda rareza y ejemplo de esfuerzo y generosidad que la naturaleza nos brinda. Enorme y esquivo tesoro.

Este es el enigma a resolver. Casi todas las palabras escritas son una pista, pocas hay que aparezcan aquí por azar…¿de qué estoy hablando? :-)

No tiene tallo, hojas ni raíces, y crece como parásito de otra planta, de dónde saca la clorofila para desarrollarse. Pueden emitir calor como si de un animal recién muerto se tratara.

Evolutivamente tiene una historia espectacular: hace aproximadamente 46 millones de años esta planta multiplicó su tamaño de repente por casi 79 veces, para recuperar desde entonces un ritmo más suave. Si el ser humano hubiera experimentado un crecimiento evolutivo comparable, ahora mediríamos alrededor de 146 metros de altura.

¡Ánimo!...Espero vuestras respuestas.

Un saludo a tod@s
PD: Siento el retraso. Temas personales que me han tenido utilizando todas las energías...bien está lo que bien acaba....pero ha sido agotador.

viernes, 5 de junio de 2009

LAS NEURONAS DE LA LECTURA


[“Escucho las palabras por los ojos” (Quevedo)]

Empezáis la lectura de este artículo sin que seáis/seamos conscientes de que el cerebro cumple una proeza auténtica. En este momento los ojos recorren la pantalla por medio de pequeños movimientos precisos y rápidos. Cuatro o cinco veces por segundo los ojos se paran en cada palabra, que es reconocida sin esfuerzo.

Hace muchas decenas de miles de años nuestr@s antepasad@s aprendieron a hablar. El uso del lenguaje dio paso a un nivel superior de conciencia. Pero no todo acabo ahí. Apareció entonces la necesidad de poder conservar todos esos avances lo más fielmente posible, por encima de la vulnerabilidad de la materia cerebral y de la supervivencia del individuo. Así el hombre inventó la escritura. Su cerebro se lo permitió y es que, como dice Stanislas Dehaene, “el hombre aprendió a escribir con su cerebro”.

Pero, evolutivamente hablando, esto no deja de asombrar. ¿Cómo puede nuestro cerebro de Homo Sapiens adaptarse a la lectura cuando esta actividad sólo existe desde hace unos miles de años? La escritura apareció hace aproximadamente unos 5400 años en Babilonia, y el alfabeto, él mismo, sólo tiene unos 2800 años de antigüedad. Estas cifras son apenas un instante en la escala evolutiva. Nuestro genoma no ha tenido tiempo de modificarse para desarrollar circuitos cerebrales propios para la lectura. Nuestro cerebro de lector/a está construido por instrucciones genéticas idénticas a las que, hace algunas decenas de miles de años, permitían a nuestros antepasados cazadores-recolectores sobrevivir. Nada en nuestra evolución nos ha preparado para recibir informaciones lingüísticas por la vista. Entonces ¿cómo lo hemos conseguido hacer? ¿Cómo nuestras áreas cerebrales, que durante millones de años de evolución han existido en un mundo sin escritura, consiguen adaptarse, en tan poco tiempo, a los problemas específicos que supone el reconocimiento de las palabras? El lenguaje es una facultad anclada en los genes, pero las lenguas (y su lectura) depende de nuestro nivel sociocultural.

Casi todo el mundo está de acuerdo en que, al final, la lectura sólo es un ejemplo más de las actividades culturales diversas que la especie humana ha creado en las últimas decenas de miles de años.

Locke, Hume y Berkeley mantenían que el cerebro del hombre es comparable a una pizarra virgen. Ahí vienen a imprimirse, a través de la información recibida por los cinco sentidos, los datos del entorno natural y cultural en el que por casualidad a cada un@ de nosotr@s le haya tocado nacer. Según esta teoría, entre un niño esquimal, uno judío y uno de la India, lo único común sería su capacidad de aprender, pero cosas como la percepción de los colores, de la música, o los valores morales serían eminentemente variables de un sitio a otro. Así el cerebro, liberado de sus rígidos aspectos biológicos, sería capaz de absorber toda forma de cultura, incluida la lectura. Más contemporáneo a los autores arriba citados, pero en la misma línea, está Steven Pinker y su libro “La tabla rasa” (¿Te suena, JI?).

En contraposición está la escuela de Dehaene. Gracias a las imágenes cerebrales obtenidas por diferentes técnicas de imagen, parece ser que este modelo simplista de las relaciones entre cerebro y cultura no es suficiente. Nuestro cerebro tiene capacidad de aprender, claro, pero, basándose en estas imagenes, parece que esta capacidad es limitada. En todos l@s individu@s del mundo, en todas las culturas del mundo, la misma región cerebral interviene para decodificar las palabras escritas. Aprendamos castellano, francés o chino, todo pasa siempre por un circuito idéntico.

Dehaene propone entonces otro modelo: el reciclaje neuronal. La arquitectura de nuestro cerebro está rígidamente acotada y condicionada por los aspectos genéticos (todos tenemos más o menos en el mismo sitio el área para ver o para hablar), pero estas neuronas tienen cierta capacidad de adaptarse al entorno. Nuestros genes en definitiva lo que hacen es definir un juego de posibilidades, unas pre-representaciones, como decía Changeux. Las invenciones culturales entrarían en este margen de plasticidad. Nuestro cerebro se adapta a su entorno no absorbiendo a ciegas todo lo que se le presenta como si fuera una tabla rasa, sino reconvirtiendo para otro uso predisposiciones cerebrales ya presentes. En definitiva: nuestro cerebro es un órgano estructurado que hace cosas nuevas con lo viejo. Reciclamos nuestros antiguos circuitos cerebrales de primates, en la medida que estos toleran unos mínimos cambios. Pero no es un trabajo perfecto. Descubrimos pequeñas imperfecciones que reflejan la tremenda labor que realiza nuestro cerebro, entre las necesidades del trabajo que ha de llevar a cabo – leer, y los circuitos de los que dispone para conseguirlo.

Todo empieza en la retina. Aquí aparecen las primeras imperfecciones evolutivas. En nuestra retina los vasos y los nervios están colocados delante de las células fotorreceptoras, bloqueando una parte de la luz que llega, y creando incluso una zona insensible a la luz llamada mancha ciega.

Es en la región central de la retina – la fóvea – dónde se proyectan todos los fotones enviados por las páginas. Sólo esa parte es lo suficientemente rica en células fotorreceptoras de alta resolución – los conos – y nos permite leer. Sólo esa zona capta las letras con la suficiente nitidez como para reconocerlas. Es un área pequeñita, minúscula, que abarca apenas 15º de visión…y es, precisamente, este reducido tamaño el responsable de que movamos continuamente los ojos para leer.

Incluso en la fóvea la visión no es homogénea: hay más conos en la zona central que en la periferia. Como curiosidad decir que esta nitidez central no depende del tamaño de la letra como cabría esperar, al revés, cuanto más grande es la letra más área de la retina necesita para ser identificada, y más se aleja de esta zona de visión central de alta resolución. Nuestras capacidades de percepción dependen, por contra, del tamaño absoluto de las palabras. Cada sacudida del ojo está medida y es bastante constante: unas 7 u 8 letras por cada salto. Lo que hace el cerebro es adaptar la distancia recorrida por el ojo al tamaño de la letra. Los espacios nos permiten preparar el siguiente salto para que caiga lo más cerca posible de la parte central de la próxima palabra. En resumen: los limites que el ojo impone a la lectura son considerables. L@s mejores lector@s consiguen como mucho identificar entre 400 y 500 palabras por minuto. Mucho más rápido que eso es anatómicamente imposible llegar. Si no tuviéramos que desplazar los ojos, si presentáramos las palabras a leer una delante de la otra en la pantalla de un ordenador, por ejemplo, sin tener que desplazar la fóvea de sitio, podríamos alcanzar unas 1100 palabras leídas por minuto según las pruebas hechas con voluntari@s san@s (incluso l@s mejores llegaban a 1600)…eso manteniendo la comprensión del texto, claro. Es, pues, esa necesidad de desplazar la vista lo que enlentece la lectura.

Después nuestro sistema visual extrae rápidamente de cada palabra los grafemas, sílabas, prefijos, sufijos y raíces. Y aparecen dos vías: la vía fonética - por la que convertimos la cadena de letras en sonidos de un lenguaje - y la vía léxica - que nos permite conocer su sentido, su significado.

De ahí al cerebro. El área de formación de las palabras se encuentra en la región occipito-temporal. Esta área permite al/ a la lector/a reconocer las palabras con exquisita rapidez, pero no solo eso: también se activa en el cerebro de l@s expert@s en coches cuando contemplan varios modelos de coches y los reconocen rápidamente, o en l@s ornitólog@s cuando distinguen rápidamente entre varias especies de pájaros. De hecho parece ser buena para aprender tareas especializadas para mejorar cada vez más en cualquier área específica…y es que hay muchos tipos de lecturas.

Sabemos también que el constante uso del índice en la lectura Braille conduce a una enorme hipertrofia de la representación del dedo en la corteza cerebral. Y con una sordera precoz y el uso del lenguaje de signos pueden ocurrir retrazados drásticos en el cerebro y grandes zonas de corteza auditiva se reasignan a la elaboración visual.

Una anécdota curiosa en relación a la lectura para relajar las neuronas :-) El test de Stroop, aquel que pone palabras de colores en diferentes colores a la palabra escrita (por ejemplo escribe rojo con letras azules o amarillo con letras rojas), es una prueba clásica de agilidad cerebral. Se trata de que digamos el color de cada palabra independientemente de que color escrito ponga (es decir, siguiendo con el ejemplo de antes, has de ir diciendo azul y rojo en vez de rojo y amarillo). Se supone que si tú no conoces el idioma en el que están escritas las palabras, irás más rápido en la identificación real de los colores que si tu vista se ve influenciada por las palabras escritas. Esto sirvió para que, según parece, la CIA, en los años 50, utilizara este test para descubrir posibles espías rus@s. Los nombres de los colores estaban escritos en ruso. Si l@s participantes en el test iban más despacio identificando los colores por las palabras escritas, era signo de que conocían la lengua y podían ser espías.

De nuevo este tema da para mucho. Seguiré con él, prometido...pero de momento lo dejo aquí acabando con esta frase que dijo Sartre: “La existencia precede a la esencia”.

Como cierre un chiste inteligente que me gusta mucho y que, en un artículo con tantas cifras lejanas en el tiempo, puede tener cabida :-)

“Un hombre está rezando:
- Señor – ruega – me gustaría hacerte una pregunta.
- Ningún problema. Tú dirás.
- Señor, ¿es verdad que para ti un millón de años no son más que un segundo?
- Sí, es verdad.
- Muy bien. Entonces ¿qué son para ti un millón de euros?
- Para mí un millón de euros no son más que un céntimo.
- Aja – dice el hombre – Señor, ¿me concederías un centavo?
- Claro que sí – dice el Señor – espera un segundo” :-))))))

Un saludo a tod@s

PD: Casi todo lo de este artículo está sacado principalmente de dos libros que, como no, os recomiendo: “Les neurones de la lecture” de Stanislas Dehaene y “La història més bonica del llenguatje” de Cécile Lestienne.

PD: Perdonad el retraso. Días de trabajo y estudio para mí...que los médicos no paramos nunca de tener que estudiar. Gracias por la paciencia :-)